¿Es fácil cambiar el mundo? El caso de Edward Snowden, la persona más famosa del mundo en junio de 2013, ha mostrado que es mucho más sencillo de lo que parece.
El apellido Snowden sale en todos los noticieros del mundo en el curso de varios días seguidos. Los líderes de nuestro planeta tienen que desenredar el lío armado por este hombre, oriundo de Wilmington, Carolina del Norte. Hasta su asiento en el avión, que finalmente quedó vacante, se ha hecho famoso y tiene su propio blog en Internet.
¿Qué es, un cuento de hadas hecho realidad? Sin duda alguna. ¿Pero tendrá un buen final? Desde mi punto de vista, la probabilidad de ello es del 0%.
Lo que estamos presenciando, es más que el primer acto de la tragedia personal de Edward Snowden. Somos, a la vez, testigos de una tragedia política de otro idealista, que llegó al poder en EEUU prometiendo cambios. Me refiero al presidente Barack Obama.
Me acuerdo muy bien de la primera vez que escuché el apellido Obama. Fue en septiembre de 2004 en un reportaje televisivo a ciudadanos de Carolina del Norte a quienes les preguntaban por quién de todos los políticos tenían el mayor respeto. Su respuesta me sorprendió muchísimo: Hay un senador joven Barack Obama. No es nada parecido a los demás.
El lema de ser distinto se ha convertido en el estilo de Obama, en su tarjeta de visita política. "Admito que mi discurso es muy confiado, algo atrevido- dijo Obama cuando se postulaba para la presidencia de EEUU en el 2007-. Sé, que no he pasado mucho tiempo, aprendiendo, cómo se hacen las cosas en Washington. Pero también sé que pasé allí suficiente tiempo para entender que la manera de 'hacer las cosas en Washington' tiene que cambiar."
Obama recurrió varias veces al tema de una renovación moral radical y de expulsión del cinismo de la política. En su discurso como presidente electo del 2008 dijo: "Allá, donde nos reciban con cinismo y dudas, a los que nos digan, que no podremos, les responderemos partiéndonos de nuestro eterno credo, que entraña el espíritu de nuestro pueblo: ¡sí, podremos!"
En el discurso pronunciado en su primera investidura como presidente de EEUU en 2009, Obama señaló: "En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos la falsa alternativa entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Dichos ideales siguen iluminando el mundo. Y no los rechazaremos en aras de la racionalidad".
Hoy esa retórica suena distinta que en enero de 2009, ¿verdad? Después de la victoria de Obama en las elecciones presidenciales el Servicio Secreto de EEUU le puso el nombre de 'renegado' (hombre, que traiciona sus convicciones). En aquel entonces pareció ser una señal de mal gusto y falta de tacto, pero ahora suena más como una profecía.
Explicando sus actos, Snowden dijo: "En 2008 muchos votaron por Obama, pero yo no. Voté por un candidato de un tercer partido. Pero yo creía en las promesas de Obama. Pero él siguió con las políticas de su antecesor".
Tengo una percepción muy crítica tanto de las acciones como de las declaraciones de Snowden. Y sin embargo en este caso llamó al pan, pan; y al vino, vino. La presente crisis causada por las revelaciones de Snowden es, en gran parte, una consecuencia de los altos estándares morales establecidos por Obama para sí mismo y para el gobierno de EEUU.
No quiero fustigar a Obama por sus promesas incumplidas y por haber sacrificado los ideales a la racionalidad. El ámbito de la lucha contra el terrorismo y de la seguridad es un espacio muy ambiguo, donde muchas veces no está claro qué resulta moral y qué no lo es.
A mediados del siglo XX en EEUU vivió un político, un tal James Flye. Antes de entrar EEUU en la Segunda Guerra Mundial ocupó el cargo de presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones. En septiembre de 1940 el Buró Federal de Investigación (FBI) le solicitó a Flye autorizar la escucha y la grabación de todas las comunicaciones entre EEUU y Alemania y sus aliados. Flye se negó en rotundo, diciendo que no podía violar la ley, ya que aquello contradecía abiertamente la sección 605 de la Ley sobre Comunicación de 1934.
En 1941 en el Congreso norteamericano entró un anteproyecto de ley que aprobaba la escucha de conversaciones telefónicas en el caso de haber sospechas de delito. La administración del presidente Franklin Roosevelt apoyó el anteproyecto, pero James Flye se opuso a él y fue derogado.
¿Se puede negar que James Flye fue un defensor de los derechos civiles feroz y coherente? No. Pero tampoco se puede decir que todas sus acciones fueran correctas y morales.
En 1943 el comité especial de la Cámara de Representantes del Congreso llegó a la conclusión de que la posición de Flye llevó directamente a que el ataque de la aviación japonesa contra la base militar naval de EEUU en Pearl Harbour pillase por sorpresa a EEUU.
A diferencia del individualista Snowden, Flye era un hombre del sistema. Pero si aceptamos la conclusión del comité de la Cámara de Representantes, Flye y Snowden tienen mucho en común.
Y no es sólo su idealismo. Es que las acciones de Snowden desembocaron en un Pearl Harbour moral, tanto para él como para Obama.
"Nada bueno", así respondió Edward Snowden hace poco a la pregunta sobre lo que le esperaba en su futuro. Es una respuesta absolutamente correcta, desde mi punto de vista. EEUU perseguirá a Snowden hasta el final de su vida. Y tiene muchas más posibilidades que su víctima.
En cuanto a Barack Obama, las acciones de Snowden deterioraron aún más la imagen del presidente de EEUU como "un político exitoso y valedor de los valores morales". Obama, seguramente, no ha sido el peor de los presidentes de EEUU de los últimos años, no obstante, la ilusión de que los ideales sean más importantes que la racionalidad ha sido tan dulce...